Fiesta de la LUZ
Con gozo las saludo y les hago recordar que se acerca el día más querido de nuestro corazón, para quienes somos hijas de Eduviges Portalet, el 16 de Noviembre “Fiesta de la Luz”.
Celebremos con júbilo el viaje de nuestra amada Madre fundadora al cielo, que nuestro ser se desborde en gratitud al Dios Creador, porque su obra sigue en píe. Sabemos que Eduviges desde la eternidad, con sus ojos bañados de luz sigue mirando el árbol de su Familia Religiosa que crece aún en medio de las contrariedades. En estos momentos en que escribo esta carta escucho susurrar al silencio, el compendio del pensamiento de nuestra Madrecita: “Crezcan, hermanas, crezcan… que sus ramas cobijen muchas vidas, sin olvidar que son semilla pequeña. Nuestro carisma nació con el sello de lo insignificante, en las noches calladas de la ceguera… Era la semilla, que mientras más se oculta, más engendra. Es en la humildad donde está la grandeza… Cuanto más crezcan dense más… es la perenne siembra”
Mis queridas Hermanas me acerco a Ustedes para que juntas reflexionemos sobre la virtud de la humildad que adornó y santificó la vida de nuestra Madre Fundadora. Al releer su biografía podemos encontrar en su vida la clave para ser feliz, cuantas veces escucharía lo que nos dice la Palabra: ‘Hijo mío, en tus asuntos procede con humildad’.
La humildad, tiene una condición fundamental, tiene que experimentarse interiormente. Cada una de nosotras delante de Dios, delante de su carácter, delante de sus puntos de vista, tiene una reacción interior. Ahí es donde se ve si soy humilde o no. Por fuera puedo bajar los ojos, ponerme de rodillas, inclinarme y decir que no soy digna, ser la última de la fila, por fuera es fácil; pero solamente es humildad, si en la propia vida interior aceptamos con paz y serenidad, los momentos de contradicción o disgusto.
En otra circunstancia, saber si nos corresponde pedir disculpas o no; o afirmar la verdad con claridad.
La humildad nunca será cobardía, requiere mucha fortaleza, mucha valentía, cuesta mucho y nace en nuestro interior; si ahí, en ese encuentro con Dios, en ese diálogo con el Espíritu Santo, en ese mirarme en Cristo, me doy cuenta: he pecado, no digo la verdad o mi carácter me complica o no respeto al otro… ¡ahí es donde va la lucha, buscando dentro de mí, que al hacer el bien y la verdad, haya paz y haya gozo!. Esa pequeña planta de la humildad, va creciendo en el interior, cuando veo algo bueno de los demás ¡y me alegro!, cuando veo algo malo de los demás y ¡procuro ayudarlos!, cuando alguien necesita mi ayuda ¡y voy con prontitud! Cuando alguien me mortifica ¡y procuro comprenderlo y corrijo con verdadera fraternidad!.
En el interior surge un estilo de vivir que luego se proyecta en las palabras, en gestos, en acciones, en reconocer la humildad en los demás. Ese es el desafío de esta virtud, que requiere un nacimiento en el interior donde nadie ve. Por eso, dice en el Eclesiástico: ‘Hijo mío, en tus asuntos procede con humildad’, primera clave de felicidad, que descubrió y vivenció Eduviges. Más adelante dice: ‘Hazte pequeño en las grandezas humanas’ ¡hazte pequeño, no te hagas el importante!
El niño se entusiasma con poca cosa; el niño sabe cambiar su estado de ánimo con una sonrisa de su mamá o papá, con una palabra de cariño. El pequeño es muy atrevido, puede pedir la luna; para él no hay imposibles. Por eso nos dice ¡hazte pequeño, en ese trato con Dios! ¡Hazte pequeño! Y para ser pequeño hace falta una personalidad fuerte, una madurez grande; porque no temo mostrarme sencillo, transparente, porque mi personalidad está formada, es madura; no me preocupo de qué pensarán, o que debo o no hacer.
Por eso, hacerte pequeño es lo contrario a infantil, es ser una mujer madura, responsable, que sabe lo que quiere; y en su vida diaria o delante de Dios, es gente sencilla. Clave de la felicidad: ¡hacerse pequeño – hacerse niño!
Si te haces niño, eres humilde, es sencillo ser mujer orante. Esta es la pequeña clave que descubrió nuestra amada Madre para ser feliz. A la luz de su vida, todas tenemos que estar en clave de conversión continua.
Quisiera también hablarles, de ese valor que en este tiempo se vive en nuestra patria de manera singular: la solidaridad. No solo la felicidad, sino la solidaridad. Solidaridad que me atrevo a decir, espiritual y material, ¡están unidas! Solidaridad espiritual: ¡recemos unas por otras, comunión de los santos! Ofrezcamos al Señor, nuestro rosario, nuestra comunión, nuestra presencia y participación en la santa misa, por aquel enfermo, por ese joven, por las vocaciones, por los damnificados de Ica, por los que carecen de libertad, por aquella mujer abandonada, por esta religiosa con problemas, por este hogar con dificultades! Y por tantas otras situaciones!!...¡Recemos unas por otras! Esa es la solidaridad espiritual, tan apreciada por los santos. Esta Solidaridad espiritual da buen ejemplo ¡cómo ayuda el buen ejemplo! Cuando se está de mala gana, o un poco triste o de mal humor ¡cómo alegra ver la cara sonriente de alguien que viene a tu encuentro.
Eduviges transformaba el camino doloroso con su sonrisa, con su buen ejemplo, con su enorme magnanimidad, su oración asidua y confiada en la Providencia y con el derroche de su ternura. Ella sabía bien que la ceguera del corazón, apaga la luz, por eso se afana en hacerse pequeña, humilde, contemplativa, preparada siempre para brindar perdón, paz y solidaridad; riqueza martirial de su oblación. Mirando el desenlace de su fe necesitamos todas beber de esta fuente cristalina, participar con la cadena de la solidaridad del ejemplo.
¡Aprendamos a decir gracias! ¡a pedir por favor!, ¡a decir: ¡perdón!, ¡a sonreír, ¡a aceptar con grandeza de espíritu la cruz de cada día!, ¡a rezar por los demás!
Que la fiesta de nuestra Madre Eduviges trascienda no solo en nuestras Comunidades sino también en nuestros lugares de misión. Para eso hay que buscar que los niños, jóvenes y adultos aprendan a orar, a amar a los demás, a ayudar al prójimo, que descubran lo que a veces nosotros no sabemos enseñar: que ayudar al prójimo ¡llena de felicidad!, que el egoísmo que vemos hoy ¡no da felicidad! Pero, ¡ayudémosle!, porque este mundo materialista apaga los valores del espíritu. A la juventud de hoy -decía el Papa- le toca cambiar el mundo con la solidaridad espiritual y la solidaridad material; esos voluntariados, estas hermandades movidas por el amor a Jesucristo.
Nos ponemos en las manos de nuestra Madre Santa María Inmaculada, Dueña y Señora de nuestra Congregación, y le pedimos: Ayúdanos a ser felices, siguiendo la clave de la humildad y de la infancia espiritual que tú nos has enseñado. Ayúdanos a ser solidarios, no estando pendiente de nosotras mismas sino de los demás.
Hermanas, que no sea una luz de bengala la que prendamos, que esa luz quede encendida, que cada día haya alguien a quien le puedas dar la mano, sonreír, agradecer, darle un abrazo, perdonar, rezar… Y así, esa humildad, esa solidaridad nos colmará de felicidad, que todo el mundo desea. Busquemos esa felicidad a los pies del Sagrario como lo hacía Eduviges Portalet nuestra santa Madre fundadora.
¡FELIZ FIESTA DE LA LUZ!
Las bendigo con ternura y les doy el beso de la paz.
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